domingo, 22 de noviembre de 2009

A mi hija

A mi hija:

Supongo que ésta será mi última carta, desde este triste hospital en el que me veo ya casi sin energías para luchar contra el cáncer. Las operaciones no dieron resultado, no sé si culpar al destino o a los médicos, pero eso ya no tiene sentido, debo reconciliarme con este mundo injusto antes de despedirme para siempre. No llores Isabella, tenés que ser fuerte para tus hijos, ellos te necesitan mucho, y vos ahora sos lo único que les queda. Lo único que les queda aparte del recuerdo de una abuela que demasiado pronto se fue al cielo. Pensé que me quedaban todavía muchos más años junto a ustedes, a mis nietos que son lo más lindo que Dios me dio, pero bueno, no hay tiempo para lamentaciones ahora, mis manos tiemblan tanto que no sé si podrás leer estas humildes líneas que te envío. Vos igual decile a Dieguito que mire para arriba, que yo voy a estar mirándolo y llenándome de orgullo cada vez que toque el piano. Y decile a Mica que siempre voy a estar acompañándola, aunque ya no pueda ayudarla cuando no sepa cómo hacer una torta. La tristeza me invade pero debo ser fuerte, como me dice siempre Anita, la enfermera, para que los medicamentos hagan su trabajo. Nena, antes que me olvide, traele unas flores por favor, que alguna que otra vez me compró ella cosas que acá no había, y me ayudó muchas veces a pasar el rato cuando estaba triste, en esas noches frías en el hospital (no te conté que la calefacción no funciona, ¡no sabés el frío que hace a veces, con estas frazadas finísimas!) donde todo lo que se escuchan son toses y algún que otro llanto. A veces prefiero escucharlos, porque cuando hay silencio uno no sabe si están durmiendo o si ya no se van a despertar más.

Quisiera, querida hija mía, que esta carta esté junto a vos, junto a tu corazón, y que puedas encontrar en ella toda la tranquilidad que necesites cuando mi recuerdo ya sea eso, sólo un recuerdo. Es tan difícil pensar que dentro de poco ya no estaré acá para escucharte y acompañarte en el sentimiento de cambiar la realidad que nos tocó, nena, es tan triste saber que ya no voy a poder cuidarte, ni aconsejarte. Recordá siempre que lo más importante es creer en uno, y confiar en los demás. Espero que esta carta pueda ayudarte cuando estés mal, cuando me extrañes… a mí me hubiera gustado tener una carta como esta, ¿sabes? Pero mamá no tuvo el tiempo, o capaz no se le ocurrió, andá a saber, ¡cuando uno sabe que le queda poco es tan raro! Mamá hubiera tenido que dictarla, pobrecita, nunca aprendió a escribir. ¿Te sorprende? Antes era muy común, nena, las mujeres nos quedábamos con los chicos y no aprendíamos más que lo de todos los días. Yo tuve suerte con tu papá, ay ¡él era tan buen mozo! No lo decía por eso, nena, en realidad lo decía porque él sí creía que valía la pena educarnos. ¡Si se habrá peleado con tu abuelo por querer que yo terminara el colegio! Jaja, ¡que épocas nena, qué épocas! Pero bueno, todo eso ahora está en el pasado, y cuando, dentro de poco, me lo encuentre a tu abuelito allá arriba ya haremos las paces que no tuvimos tiempo de hacer cuando él se fue, tan de repente. Pero por eso yo siempre te insistí que estudies, que les pases también a tus hijos el valor de leer mucho y mirar menos esa caja, que por algo le dicen boba, ¿no te parece?

Bueno nena, siempre me pasa lo mismo, me pongo a hablar de tiempos pasados y después no me acuerdo qué era lo que te quería decir. Ah, sí, quería pedirte disculpas por todas las veces que peleamos por tonteras; yo siempre supe que vos eras la fuerte de la familia y muchas veces no quise (o no pude) darme cuenta de cuanta razón tenías al enojarte cuando no te dejábamos hacer tal o cual cosa. Y por favor, no te culpes por no haberme podido internar en una de esas clínicas caras, pensando que ahí iba a estar mejor; yo prefiero estar en un lugar donde los médicos trabajan porque quieren y no porque se llenan de plata. Los médicos de hospital siempre son mejores, aunque estar acá sea difícil; supongo que debe ser parecido a cuando ibas a la facultad, ¿te acordás cómo te quejabas? Me decías: “mamá, ¿cómo puede ser que en una universidad todo esta mal porque alguien se lleva la plata?”

Hasta que te diste cuenta cómo funcionan las cosas en este país: lo privado es muy lindo y arreglado, pero no puede competir con lo estatal, porque los que están ahí aprenden muchas más cosas, nadie les regala nada y, si siguen, es porque lo quieren de verdad, de corazón, ¿entendés? No confío en esos medicuchos de clínica, recién recibidos, que no saben hacer nada y tienen más cara de miedo que yo. Vos te reís, pero a Marta le tocó uno cuando fue a operarse las hemorroides, nena, y casi no se opera, ¡mirá lo que te digo!, ¡La tuvo que convencer su hijo! Yo acá estoy bien, aunque sí hace frío a veces y otras a los médicos se les nota lo cansados que están, pobres, yo me imagino ente toda la gente que tienen que ver y los líos del hospital deben sufrir mucho… pero acá me siento cuidada de verdad, nena, así que vos no te preocupes.

Bueno hija voy a ir terminando, las manos ya me duelen demasiado y creo que ya no hay nada más para decir. Me voy llena de recuerdos hermosos, aunque me hubiera gustado que no fuera todo tan difícil, me gustaría poder creer que esto va a cambiar y mis nietos van a tener un mejor lugar para crecer del que tuvimos nosotras, nena, pero no creo que vaya a funcionar. Creo que las esperanzas se extinguieron hace tiempo, y falta gente como vos que confíe en que sí se puede, que no todo está perdido y que todavía hay tiempo para construir. Amo escuchar palabras de esperanza en tus labios cada vez que podés y me venís a visitar, pero tratá de no tener tanta bronca, intentá, no sé, canalizarla (¿se escribe así?) por otro lado, haciendo cosas de esas que siempre se te ocurren con tanta facilidad, ¡que creativa fuiste siempre! Perdoná las manchas en la hoja, ¡se me cayó un lagrimón, nena! ¡Ya siento que te extraño!

Te amo hija, nunca tengas miedo de ser quien sos ni de decir lo que pensás, porque eso es lo más lindo que tenés. Y por sobre todas las cosas seguí cumpliendo tus sueños de liberar a tantos como puedas de la “servidumbre capitalista”, como vos la llamás; debo confesarte que no entiendo todo lo que me decís a veces, pero nunca te lo dije porque me siento un poco tarada al lado tuyo, ¡sos tan inteligente, hija!

Nunca te olvides que tu madre siempre estuvo muy orgullosa de vos. Y nunca dudes en mirar al cielo cuando me necesites.

Te amo.

Hasta siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario