jueves, 1 de octubre de 2009

Con la peor de mis sonrisas la veo alejarse, y no puedo dejar de pensar: “¡Otra vez! Caíste otra vez... ¡Cuánto más por complacerla!”. Primero quedo quieto, mientras la miro interactuar con el resto. Después me doy cuenta de que ya hace demasiado que estoy así, entonces, tomo una copa que pasa casi rozándome la nariz, y empiezo a caminar por el salón.

No quisiera parecer muy interesado, porque no pretendo despertar el diálogo de nadie; no quisiera parecer despreocupado o distraído, porque “si ella me viera...”. De todos modos, decido repetir una situación que detesto, ¡y todo por ella! Me lleno los ojos con todos los invitados. Pienso en cómo puede ser que un tipo que escriba y ¡publique! libros como “Este saquito de té”, “Me dieron de baja el cable” y, hoy, “Mi perro atropellado”, y de los cuales ningún título sea metafórico o su historia una revolución literaria, pueda reunir a tanta gente en un mismo lugar. Nuevamente, todos venimos a poner la peor sonrisa para felicitarlo. Increíble. No es posible que haya nacido alguien que sea capaz de admirar algo como esto...

Recorriendo el lugar, voy viendo las caras de todos. Ya nos conocemos de las otras veces que vinimos a comer y tomar gratis para congraciarnos con este idiota. Pero por suerte el saludo no pasa de una simple mueca de reconocimiento a la distancia.

Escuchando ciertas conversaciones al pasar, llegué a la conclusión de que esta situación no era menos absurda que la más absurda de las situaciones: un velorio. No hace falta que detalle una lista de similitudes entre ambas, que sin dudas sería interminable... como la reunión misma. Pero, en realidad, no son similares. De hecho, esto realmente es un velorio: todos, de alguna manera, estamos por enterrar nuestra sinceridad, porque no creo ser sólo yo quien esté recordando cuántas veces este último mes pensó en martillarse una pierna para no tener que venir; enterrando el “buen gusto”, que tal vez algunos conservemos y contra el cual hoy atentamos. ¡Qué ironía! Al único que no enterramos es al maldito perro por el cual hoy estamos todos acá, y que seguramente esté calentito y acurrucado, durmiendo una siesta más.


Naty.

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