martes, 6 de octubre de 2009

“No... No se van a acordar de anoche”, pensé para consolarme, mientras me estacionaba en la puerta. Tomé aire y bajé. Toqué el timbre. Volví al auto, casi corriendo. Tenía palpitaciones, como en el peor de los exámenes. ¡Me sudaban las manos! “Tranquilo, a cualquiera le puede pasar... Además, hoy es el clásico, no hay nada más importante que eso...”.

Se abrió el portón y aparecieron todos juntos. Venían hablando y riéndose fuerte. Juan fue el primero en subirse al auto, adelante, como siempre:

- ¡Epa! ¿Qué pasa campeón? ¿Quedaste flojito después de anoche?-, me dijo.

“Estoy frito”, pensé, y me inventé una sonrisa tímida en la cara.

“Idolooo”, “Siempre igual vos eh...”, “Qué capo”, decían los otros, y alguna que otra mano me despeinaba un poco.

- Dale, contá... Anoche sí que “comiste” lindo eh... Contá mientras llegamos, que hay tiempo.

Arranqué el auto y me metí de contramano en la primer esquina. Otra vez una fila de comentarios sobre la causa de mi distracción. Me reí otro poco con ellos, pensando si rompía de una vez “la magia” que según ellos tengo. Pero ahí nomás empezó el milagro: me dije “DALE”, y no paré de hablar. Ni ellos de escuchar:

- Bueno, después de que los saludé, fuimos hasta el auto... Vieron que me había ofrecido a llevarla a la casa. Durante el viaje ya empezó a decir que tenía calor... ¡Con el viento que había! En un momento, dejó los zapatos y se sacó las medias largas que tenía, ¿se acuerdan? ¿Las rojas? Bueno, me preguntó si yo tenía calor... Claro que dije que sí, entonces me desabrochó un poco la camisa, y se acercó para soplarme el cuello y por dentro de la camisa... Se imaginarán que no paraba de pasar semáforos en rojo con tal de llegar. Me tocaba el pelo, me hacía cosquillas en la nuca. Por fin llegamos, me miró con una sonrisa y mientras abría la puerta me dijo “vamos”, y entramos al edificio. Estábamos en el hall y mientras esperábamos para subir, me empujó contra una de las puertas y me dió un beso furioso, que terminamos adentro del ascensor, cuando se abrieron las puertas atrás mío. No paraba de besarme y respirar fuerte y decirme qué hacer y cómo, ¡y todavía no habíamos llegado al departamento! Bueno, entramos y directamente aterrizamos arriba de un sillón gigante que había ahí nomas. Y si... ¡Me rompió la camisa! Ya se las voy a mostrar, ¡cómo no se las traje ahora! No me di cuenta, es que me dejó la cabeza en cualquier lado... Estaba como loca... ¡Pegaba unos gritos...! Pensé que en cualquier momento caían los vecinos, eh... Nunca me había pasado, una mina tan... Bueno, nada, qué les voy a contar, ahí nomas arrancó con todas las páginas del Kama Sutra, te juro... Que la pierna acá, que la mano allá, que arriba, que abajo, más despacio, más rápido... Me volvió loco, pero fue increíble... Lo pienso y realmente no lo puedo creer. Para que se den una idea, les juro que Paulita es la virgen María... Y, bueno, me pidió que me quedara ahí con ella, porque cuando terminamos “la lucha” se puso toda mimosa, era otra persona... Me preguntó si necesitaba algo, que me manejara como si fuera mi casa, pero que no me fuera, y me abrazó fuerte... Y nos dormimos. ¡Yo no daba más! Esta mañana me despertó, me preguntó algo despacio que no entendí y cuando me acordé de dónde estaba y pude abrir un ojo, ví servido, en una mesa que había frente al sillón, un desayuno. Pero bueno, tomé algo rápido porque ya era tarde y tenía que venir a buscarlos a ustedes, ¡y yo sin cambiarme! Me anotó su teléfono en mi celular y me pidió que no dejara de llamarla, que hacía rato que no se sentía tan bien con alguien y no sé qué más. Así que vengo de ahí... Pasé hace un rato por casa... No sé qué le voy a decir a mi vieja cuando no vea más la camisa... Me la había regalado mi abuela para mi cumpleaños... ¡Qué bajón, ja ja! Al menos fue por una buena causa, ¿no? ¿Y ustedes? ¿Qué cuentan? ¿Alguna de las amiguitas era tan “gauchita” como ella?

Ya estábamos cerca de la cancha. En el auto no volaba ni una mosca. O al menos era lo que me parecía a mí, porque el corazón todavía estaba a punto de salírseme del pecho. Creí escuchar que Juan hablaba, que me decía algo, “que no, que todo igual que siempre, todas unas histéricas, que yo siempre me voy con lo mejor”. Nos bajamos del auto y empezamos a caminar las cuadras que nos faltaban. En medio del silencio, prendí un cigarrillo y lo fumé, mientras me acordaba de los cinco dedos que la rubia me había dejado pintados en la cara cuando le quise dar un beso de despedida, después de haberla acompañado a conseguir un taxi a la salida del boliche.


Naty.

3 comentarios:

  1. Somos 2!!!... jajaja... igual todos somos un poco así, jajaja. Muy bueno Naty! Me gustó mucho! Saludos

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  2. la verdad que esta muy bien escrito me gusto mucho

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