domingo, 8 de noviembre de 2009

Buenos Aires, octubre de 2009

Querida familia:

Como ustedes saben, hace ya un tiempo que estoy haciéndome estudios por mis problemitas del corazón, visitando a algunos especialistas. Entre ellos, por supuesto, al cardiólogo, el Dr. Cayetano.

En un principio todo resultó de manera cordial, hasta que con el correr de las consultas, empecé a notarlo especialmente atento hacia mí, halagando mi aspecto, mi peinado, el maquillaje... Remarcaba cualquier cosa con la que pudiera hacerme un comentario personal. Más tarde me di cuenta de un detalle particular: siempre tenía un ramito de jazmines frescos en su escritorio. Ustedes bien saben cuánto me gustan los jazmines... No sé desde cuándo, pero nunca faltaban. Todavía me pregunto en qué momento le habré contado sobre mis flores favoritas... Bueno, cuestión que su interés me resultaba evidente y me sentía muy halagada por sus cumplidos. Hasta consideré la posibilidad, si él hubiera confesado y reconocido sus sentimientos ante mí, de comenzar una amistad con él. Pero ese momento nunca llegó y se generaron situaciones que jamás pensé vivir. La mayoría de las veces que salía de casa para ir al supermercado sabía que venía detrás mío... No me hacía falta verlo, ¡si hasta lo escuchaba disimular hablando por celular! Y tenía que andar esquivándolo entre las góndolas y evitar coincidir en la fila de cajas, cada vez que escuchaba su voz cerca. Lo más terrible era que yo seguía yendo a su consulta y él me atendía como si nada, con sus comentarios de siempre. ¡Ah, también lo descubrí mirándome el escote! Sí, definitivamente su manera de revisarme y la dedicación para ponerme esos cositos para el electro no era normal. Quién lo hubiera dicho, un doctor... ¡Y con nombre de santo!

Más tarde, comentándole esto a Clarita (yo sé que a ustedes no les cae bien y siempre me dicen que está loca, que desvaría y que yo debería pasar más tiempo con otro tipo de gente, ¡pero ella sí que era la única que me comprendía!), me recomendó que fuera a visitar a su analista, el Dr. Sáez, médico psiquiatra él, para ver si podía aconsejarme algo, y fui a verlo. Pensé que con una sola charla iba a ser suficiente, además ustedes saben que yo no creo mucho en esas cosas, pero seguí yendo por más de tres meses. Empezaba a sentir que estaba lista para manejar la situación con Cayetano, para enfrentarlo de una buena vez... ¡Pero el Dr. Sáez empezó a seducirme durante las sesiones, igual que él! Varias veces en el auto, volviendo del trabajo (sí, cuidar viejitos es un trabajo, aunque ustedes digan lo contrario), me daba cuenta de ciertas cosas que estaban fuera de lugar, que el asiento no estaba como yo lo usaba y cosas así. Como si alguien hubiera estado ahí en mi ausencia... Y juro que otras tantas veces sentí su perfume tan fuerte que tenía que bajar las ventanillas porque me asqueaba. Pero eso no es nada, viví cosas mucho peores... Durante varias noches, mientras dormía, lo sentí junto a mi cama, su perfume otra vez que me ahogaba, y en varias ocasiones hasta me acarició el pelo, la cara y por sobre las sábanas. Yo estaba aterrada, con palpitaciones, intentando controlar la respiración, algo casi imposible ¡porque no dejaba de pensar cómo era que había logrado entrar a la casa! Hacía fuerza para seguir durmiendo (o haciéndome la dormida), para no tener que enfrentar esa situación tan incómoda. ¡Qué descarado, un profesional de tanto renombre, ser capaz de semejantes atrocidades!

Estaba terriblemente angustiada y sin saber qué hacer. Por supuesto que la primera persona con quien sentí que tenía que hablarlo era con Clarita. Y ella que siempre fue tan comprensiva conmigo, al oír la noticia se transformó, me gritó de todo, en medio de la confitería en la que nos habíamos encontrado para tomar el té, como todos los martes, una vergüenza... Me dijo que estaba delirando, que era una loca, ¡una cualquiera!, que la viudez y los años estaban haciendo estragos con mi cabeza y no sé cuantas cosas más, mientras yo, desencajada, no hacía más que llorar y rogarle que me creyera. ¡Un escándalo! Se fue, casi corriendo y todavía a los gritos, dejándome con el té a la mitad, la mesa llena de masas, sanguchitos y una cuenta enorme para pagar yo sola. Y como si no hubiera tenido suficiente, mientras juntaba mis cosas y me arreglaba un poco para irme a casa, se acercó el encargado del lugar a ofrecerme pagar la cuenta, ¡y hasta me insinuó, con una mirada espantosa, ir a tomar algo, para olvidar el mal momento! Se imaginarán que ni lo dejé terminar la frase. Porque está bien que considere que a los 63 estoy en la plenitud de mi vida y me siento más jovial e interesante que mucho tiempo atrás, pero eso no justifica el acoso de nadie...

Ya hace una semana que casi no salgo de casa. A veces ni siquiera atiendo el teléfono. Les escribo porque no me animo a contarles esto de otra manera y también para decirles, después de pensarlo mucho, que vuelvo a Miraflores, a la casa de mamá, a quedarme con la tía Rosita, a cuidarla, aprovechando que hace años me pide que la visite. Ya es una decisión tomada, no puedo seguir viviendo esto de ninguna manera. Siento que ésta es la mejor solución para fortalecer y descansar mi corazón, tan maltratado y afectado en este último tiempo.

Saben que van a ser muy bienvenidos siempre que quieran volver a visitar Catamarca. Los quiero mucho a todos, los abrazo fuerte a cada uno y los espero pronto.

Mamá.


Naty. (Moro)

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